La
izquieda electoral se me antoja a veces como el fuego de una estufa.
El acuerdo es regular el calor de manera que la comida no se queme.
Cuando las cosas van de maravilla para el poder, la dinámica es más
bien la del fastfood, entonces reformas rápidas,
recortes salariales, privatizaciones y demás etcéteras sin
demasiadas convulsiones. Sin embargo para el politólogo, digamos un
Rodríguez Araujo, lo mejor es la buena cocina, esa que requiere de
un buen fuego, ingredientes de calidad y ¿por qué no? un buen
vino. Obviamente entre todo lo que se cocina está la gente, sea como
consenso, sea como fuerza de trabajo, como consumidores o ejército
de reserva. A la gente el fuego le viene bien cuando el cambio es
gradual, como en la parábola de la rana hervida, basta poner al
animalito en una olla con agua a hervir lentamente hasta que se
cocina: la rana muere sin siquiera haber tratado de escapar. El calor
puede ser incluso placentero o esperanzador, pero lo único cierto es
que la rana -la gente- se está cocinando para deleite del poder.
Así,
la descalificación de la protesta se me antoja como una invitación
al disciplinamiento de los ingredientes. Entonces las guerras de la
razón contra el salvajismo ceceachero (como si la UNAM no
hubiera superado ya el optimismo positivista del XIX); el señor
Graco Ramírez y sus profesores “narcoguerrileros” (las
piedritas en el frijol, diría mi abuela), o los indignados españoles
que dice Rajoy que son de ETA (¡considerando la cantidad diría que
se les está echando a perder la comida!). Así y con todo, las
formas groseras resultan ser siempre muy educativas, vea usted nada
más cómo la cúpula empresarial de Guatemala defiende a Ríos
Montt, ese gran chef que deleitó tantos paladares bananeros durante
los últimos estertores de la Guerra Fría. Y es que, curiosamente, en Guatemala
como en México -y en el resto del continente (digámosla toda)-, los
indígenas son etiquetados como ingrediente pasivo, no obstante su
protagonismo y resistencia le haya roto más de un diente a los
poderes de ayer y siempre. Un ingrediente noble, agregarían el
politólogo (otra vez) y el analista, al que basta quitarle el
mestizo panzón adherido para deleitarse en su nobleza... del ingrediente, no
del panzón, se entiende (sírvase acompañado de recalentado de
reforma constitucional tripartítica y algo de MORENA como contorno,
para variar).
¡Buen
provecho!
Posdata: Llamar
“imposición” a un acto de coherencia sistémica es, en sí, una
negación de la dinámica corrupta del sistema político mexicano.